martes, 23 de octubre de 2007

Globalización y desigualdad. ¿Una nueva ortodoxia?

Juan Tugores

Noticias.com

Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona

Ya es oficial. El informe semestral sobre la economía mundial del Fondo Monetario Internacional de octubre de 2007 ha formalizado el reconocimiento de que la eclosión de la economía global está coincidiendo en prácticamente todas las áreas del mundo con un incremento de las desigualdades en la distribución de la renta. En conjunto, habría mejorado el porcentaje de la renta para el 20% superior de la sociedad, empeorando los porcentajes de los demás grupos.

Naturalmente esta asunción por parte de la ortodoxia de lo que ya era percibido por buena parte de las clases medias de los países industrializados, entre ellos España, viene acompañada de algunas explicaciones presuntamente tranquilizadoras, comenzando por una tendencia general a una mejora de la mayoría de niveles absolutos de ingresos. Adicionalmente se argumenta que el aumento del comercio internacional no sería el componente de la globalización “responsable” de estas crecientes desigualdades, sino una combinación de la innovación tecnológica, que acrecienta la “brecha digital” y de la globalización inversora, que detrae en los países avanzados empleos que allí son del “segmento bajo” para desplazarlos a países en desarrollo donde son por lo menos de “gama media”.

Entre las propuestas del FMI, además de la apuesta por la educación, destaca la conveniencia de desbloquear los problemas de acceso al crédito de los sectores más desfavorecidos de los países en desarrollo, en un tardío reconocimiento del papel de mecanismos como los “microcréditos”.

"Parecen confirmarse los cambios en la distribución de la renta en nuestro entorno más cercano"

¿Y en nuestro entorno más cercano? Parecen confirmarse los cambios en la distribución de la renta con una pauta definida: ampliación de la brecha entre los segmentos más ricos y la clase media, al tiempo que se estrechan los diferenciales entre estas capas medias y los niveles más bajos. La reducción del papel de las rentas del trabajo en la renta nacional se asocia al primer aspecto, mientras que el segundo tendría un reflejo en la extensión del “mileurismo” entre una generación a la que convencimos para que se formase mejor que nunca en nuestra historia.

La “pinza” contra las clases medias recibe argumentaciones que van desde la necesidad de “acumular músculo financiero” para que “nuestras” grandes empresas emprendan operaciones de alcance global, hasta la necesidad de acentuar la “vertiente social” en épocas pre-electorales con generosas medidas para determinados colectivos, pagadas por supuesto con los impuestos de la propia clase media (ya que tampoco es cuestión de detraer “capacidad inversora” a los grandes patrimonios…).

La erosión de la posición de las clases medias habría tenido además en el crecimiento de los precios de la vivienda un mecanismo claro que, ahora que parece empezar a desacelerarse, pasaría a ser sustituido por las elevaciones de precios en muchos artículos de consumo básicos (desde el pan a la leche) vinculándolos a elevaciones en origen en los precios de algunas “commodities” empezando por los cereales.

Parecería que tras una primera etapa en que la globalización habría ayudado a contener la inflación en su componente de artículos importados de bajo coste (aliviando así un poquito los incrementos de cargas hipotecarias), ahora se apela a las crecientes demandas que proceden de los países emergentes para tratar de justificar este nuevo encadenamiento de subidas de precios.

¿Se trata sólo de cambios económicos marginales y/o transitorios o, como parece más evidente, de cambios de tendencias que apuntan a una nueva articulación de la sociedad?¿Pueden estas dinámicas contribuir a explicar la creciente desconfianza de buena parte de la sociedad en sus clases dirigentes económicas y políticas, reflejada, entre otros rasgos, en una creciente abstención?

 

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